IA Influencers y el deseo de cuerpos que no existen

Cuerpos de fantasía y vidas de mentira: el fenómeno virtual que impone una belleza inalcanzable y moldea la percepción de género de las mujeres

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Las IA Influencers ya son una realidad en Instagram
¿Y vos ya sabes si te encontraste con una IA Influencer?

La línea entre lo real y lo artificial ya es casi indistinguible. Desde que OpenAI lanzó GPT a fines de 2022, cualquiera puede crear undeepfake de un vicepresidente llamando a un candidato opositor a votar o mostrar al Papa Francisco luciendo una campera puffer Balenciaga. La ficción que hace diez o treinta años veíamos en Ex Machina (2015) o Ghost in the Shell (1995) ya no está lejos de la realidad en la que vivimos.

En esas películas, la inteligencia artificial solía representarse en forma de androides: robots con cuerpo humanoide que hablaban y pensaban como nosotros. Ese cuerpo era indispensable para darle forma a la IA, y también el origen de muchos de nuestros temores apocalípticos. Hoy, en cambio, la IA no necesita un soporte físico para existir ni para llamar nuestra atención: basta un perfil en Instagram, un algoritmo y una historia que nos haga creer que alguien “vive” esa vida perfecta. Las IA Influencers ya son un ente más de este mundo y, sí, las chances de que ya te hayas cruzado en redes con alguien que no existe son muy altas.

Portadas de ExMachina y Ghost in the Shell
Ex-Machina y Ghost in the Shell, dos películas que ponen en debate la consciencia y la identidad artificial.

¿Qué es una IA Influencer?

Un IA Influencer es un avatar digital creado enteramente por computadora, con estética, personalidad y hasta historia propia. Muchas veces se presentan en sus biografías como IA Influencer, Digital Influencer, Virtual Influencer o, en versiones más poéticas, Digital Muse. En otras palabras: son influencers que solo existen en entornos digitales.

El espectro de esta nueva especie es amplio. Algunos perfiles pasan inadvertidos, como @miazelu, que si no supieras que es una IA podrías creer que es Mia, de Nordelta. Otros, en cambio, dejan más clara su intencionalidad comercial, como @kimsummers_ai, cuyo feed se acerca más a un catálogo de lencería que a un perfil personal.

Si nos remontamos a sus orígenes, el hito que catapultó este fenómeno fue el nacimiento de Aitana López (@fit_aitana), la primera influencer virtual española que logró cautivar a una audiencia masiva. Con su melena rosa y un perfil gamer, hoy acumula 380.000 seguidores en Instagram y un feed donde se muestra en el gimnasio, de viaje, en la playa, tomando batidos verdes, vistiendo outfits de marca y llevando una vida saludable. Todo aspiracional y perfectamente calculado.

Feed de Instagram de la AI Influencer Aitana López
Aitana López (@fit_aitana) es la influencer virtual más reconocida de la agencia de modelos digitales The Clueless AI.

Detrás de estas chicas, por supuesto, existen personas reales que las diseñan y controlan. En el caso de Aitana, su co-creador Rubén Cruz López no ha tenido reservas para explicar la lógica detrás de su proyecto: “Si quieres ser influencer, el 90% tiene que ver con lo estético. En realidad no necesitas mostrar tu vida, sino la vida que a la gente le gustaría tener”. Con esa mentalidad no solo creó a Aitana, sino también un nuevo modelo de negocio: The Clueless AI, una agencia dedicada a desarrollar modelos digitales.

El negocio perfecto

Grandes nombres como Prada, Calvin Klein y Audi ya han apostado por colaborar con estas modelos virtuales. Para las marcas, las IA Influencers no tienen reveses: no generan conflictos, nunca aparecen borrachas en discotecas, no rescinden contratos, no se enferman y jamás promocionarían a la competencia.

En sus inicios, Aitana generaba ingresos a través de contenido exclusivo en Fanview (competidor de OnlyFans), donde obtenía entre 5.000 y 6.000 euros al mes. Pero pronto sus creadores cambiaron de estrategia al notar que, con una sola publicación patrocinada en redes, podrían fácilmente duplicar esas cifras. En una entrevista que dio en 2024, Rubén resumió el negocio de manera sencilla: “Solo se necesitan 300 fans que paguen 10 euros al mes”. Los euros son reales, aunque el cuerpo no exista.

La única barrera de expansión que las frena por ahora es el propio algoritmo de Instagram: si querés crecer, tenés que subir videos. Pero las herramientas actuales aún tienen limitaciones en la coordinación del habla y la animación fluida, y su costo es demasiado alto para ser rentable. Eso ralentiza su crecimiento, aunque también abre la puerta a otras formas de interacción y engagement. Al final, las reglas del juego son iguales para todos: incluso los perfiles no humanos deben adaptarse al algoritmo para seguir siendo relevantes.

El género nunca es casualidad

En caso de que haya pasado desapercibido: siempre estamos hablando de ellas. Cuerpos femeninos. Mujeres. Si bien existen perfiles masculinos, la mayoría de las IA Influencers visibles siguen un mismo patrón: mujeres en sus veintitantos, con cuerpos de 60-90-60, labios carnosos, sonrisa blanca tiza, pómulos altos y un pelo impecable. Con un feed construido a partir de viajes a la costa Amalfitana, rutinas saludables, y outfits de revista, a través de su estética emanan un lifestyle que refleja un gran mal de esta época: mostrar aquello que queremos y no podemos alcanzar.

Estos perfiles no solo contribuyen a la generación de deseo y aspiración, sino que también refuerzan con cuerpos hegemónicos los estándares de belleza inalcanzables que tantas mujeres persiguen. Y el fenómeno no se queda solo en el entorno digital: según un informe de la International Society of Aesthetic Plastic Surgery (ISAPS), los procedimientos estéticos saltaron de 20 millones en 2014 a casi 38 millones en 2024, de los cuales ocho de cada diez pacientes fueron mujeres.

Grafico ilustrativo de los mayores procedimientos estéticos en mujeres en 2024
Gráfico de elaboración propia en base a la encuesta internacional del ISAPS 2025 sobre procedimientos estéticos/cosméticos realizados en 2024.

El costo de ser mujer en 2025 implica vivir en un mundo donde no solo los hombres, sino también otras mujeres pueden compararse con un cuerpo que, literalmente, no existe. Botox, busto y rinoplastias son el resultado de la masividad del contenido que circula con cuerpos que no son naturales.

En 2018 se popularizó un término conocido como Dismorfia de Snapchat, que no es más que una forma contemporánea de nombrar al Trastorno Dismórfico Corporal (TDC). Esta es una condición mental reconocida por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) en el DSM-5, en la cual la persona tiene una preocupación obsesiva por un defecto percibido en su apariencia. Y la tendencia de buscar en procedimientos estéticos un alivio ante esta preocupación se vio reflejado en los hechos: el 79% de los cirujanos plásticos faciales reportó una tendencia al alza en pacientes que buscan cirugías para “verse como con este filtro” desde 2018. Así es cómo el ideal de belleza artifical de la pantalla es trasladado al quirófano.

Ser y tener, esa es la cuestión

Las respuestas a preguntas como ¿quién consume este contenido? y ¿a qué público está dirigido? puede pensarse en dos caminos casi filosóficos: ser y tener. Por un lado, mujeres que proyectan en esas imágenes lo que desean ser: jóvenes, perfectas e impolutas. Por el otro, hombres que desean tener: ven en la pantalla un objeto de atracción y no dudan en comentar lo linda que es una extraña, aunque esa extraña no exista.

Desde la creación de Facebook como lugar para conectar con compañeros universitarios hasta la irrupción de las influencers virtuales hay un abismo de sentido. Hoy, el consumo en redes ya no depende tanto de quién publica, sino de qué se muestra. El foco cambió del quién al qué. Y si antes no nos cuestionábamos si lo que consumíamos era real o fingido, ¿por qué ahora deberíamos escandalizarnos con las influencers digitales? La propia Aitana lo sintetizó de forma poética en un video: “En un mundo de influencers donde nada es completamente real, yo soy una IA y no lo escondo”.

La pregunta inicial sobre quién consume este contenido abre otra más incómoda: ¿quién genera este contenido? ¿Las marcas que lo financian, los hombres detrás de una computadora o los consumidores que pasan horas deslizando el feed? Tal vez el nacimiento de los influencers virtuales no vino a crear una necesidad, sino a satisfacer una demanda que ya existía y que ahora, simplemente, puede ser moldeada a medida.

La cultura del deseo

El surgimiento de los IA Influencers pone sobre la mesa una verdad ridícula de nuestra realidad. Incluso cuando promocionan productos que nunca usaron, la ilusión funciona igual. No es muy distinto de lo que estamos acostumbrados a ver: cuerpos esculpidos a mano, cafés aesthetic, Golden Retrievers y vidas felices diseñadas al molde.

Hace años que nuestras vidas son “híbridas”. Nuestra experiencia ya no transcurre sólo en lo análogo: se ve atravesada permanentemente por pantallas, algoritmos y contenidos. Es atrapante, fascinante, y en muchas oportunidades enriquecedora. Pero vale recordar: el verdadero peligro nunca es la tecnología, sino el humano que la emplea. De la misma forma en que un auto puede ser una herramienta o un arma, con la inteligencia artificial sucede lo mismo. El riesgo está en el consumo automático de contenidos ultraprocesados y vacíos de sentido.

Collage de perfiles de instagram de IA Influencers
IA influencers con perfiles perfectos de lifestyle.

Quizá las musas digitales sean el inicio de ese Metaverso que alguna vez soñó Mark Zuckerberg. O quizá hace años vivimos en él y no lo advertimos. Realidad o ficción, las influencers digitales existen y no van a desaparecer. ¿Son amenazantes? Por supuesto. Pero no mucho más que darle un celular a un niño de cuatro años sin supervisión. O que pasar dos horas atrapado en TikTok viendo desfilar veinte cuerpos hegemónicos, uno tras otro. O que escuchar un comentario machista de tu amigo, tu tío o tu compañero y no ponerle un freno.

En una era gobernada por la velocidad, detenerse un momento a dudar de lo que consumimos parece un gesto inútil. Sin embargo, las reflexiones suelen llegar tarde: solo cuando las Laras, Brendas, Morenas o Silvinas Luna de la vida son asesinadas y se convierten en tendencia. Mientras tanto, casi nadie se cuestiona qué consumimos en el día a día: qué letras de canciones escuchamos, qué imágenes compartimos o qué discursos dejamos pasar.

Vivimos en tiempos de posverdad, donde todo exige ser revisado por su veracidad o al menos cuestionado. En un mundo donde hablar de más puede costar caro, la solución no es repetir “me equivoqué, pido disculpas”. A veces basta con frenar la vorágine y dudar, conversar o simplemente pensar dos segundos acerca de las palabras que están por salir de nuestra boca.

Cuando hablamos de Inteligencia Artificial, la inquietud suele ser que un día las máquinas desarrollen pensamiento autónomo y se vuelvan en nuestra contra. Pero antes de preguntarnos si las máquinas pueden pensar, convendría preguntarnos si lo hacemos nosotros en primer lugar. Aunque pueda parecer un mal de esta época, tal vez es algo innato de la condición humana que nunca pasa de moda, como advirtió Hannah Arendt hace casi cincuenta años:

La ausencia de pensamiento no es estupidez. Puede encontrarse en personas muy inteligentes, y no proviene de un mal corazón; probablemente sea a la inversa, que la maldad puede ser causada por la ausencia de pensamiento. (La Vida del Espíritu, 1978).

Victoria Distel

Victoria Distel

Comunicadora con foco en tecnología e impacto social. Curiosa por naturaleza y emprendedora. Tecno-optimista y fiel creyente de que el futuro también se escribe. Este sitio fue desarrollado por Victoria Distel con fines creativos y de demostración. Inspirado en el estilo visual de Infobae, sin fines comerciales ni intención de atribuirse su identidad.

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